La semana pasada hicimos una merienda con familias del colegio de Jan a modo de despedida del curso y como en la clase hay unos cuantos niños con intolerancias y alergias (gluten, huevos, leche etc.) preparamos unas creps de trigo sarraceno con mermelada casera y trocitos de chocolate.

Es una receta que solemos hacer los domingos por la noche pero en versión salada porque es fácil de hacer, rica y que nos permite aprovechar los restos de comida que han quedado en la nevera.

Nos pusimos manos a la masa codo con codo con él porque así me lo pidió (¡lleva unas cuantas semanas súper cocinitas!) y aunque íbamos a contrarreloj conseguimos colaborar, hacer equipo y disfrutar del momento. Y esto que así escrito parece tan fácil, para mí no lo es tanto porque me cuesta delegar cuando pongo los pies en la cocina. No os imagináis la cantidad de veces que me tengo que morder la lengua para no corregirlo y no redirigirlo a mi forma de hacer las cosas. Hago un ejercicio de contención en toda regla que me tensiona, pero que sé que tengo que hacer.

Y esto es extrapolable a muchos aspectos del acompañamiento infantil. Pienso que es importante dejar espacio a los niños para que experimenten, para que den rienda suelta a lo que llevan dentro, para que desarrollen la creatividad desde su sentir y desde los conocimientos que tienen en ese momento, sin dirigir, sin expectativas y sin juicios. Para que vayan subiendo los peldaños de los aprendizajes a su ritmo y con mucha conciencia.

Pienso que es necesario no pautar tanto y poner los esfuerzos en preparar espacios que les permitan sentirse protegidos y a la vez libres para experimentar, siempre desde su esencia. Para mí, esta es la mejor forma de aprender, la que necesitan por naturaleza y la que de verdad tiene sentido. La que respeta los “tempos” y las características individuales.

Dicho esto, os dejo la receta.