
Un año más estamos ante un nuevo curso escolar con su correspondiente período de adaptación. Y esto no es fácil, ni para los bebés/niños, ni para los padres, ni tampoco para los maestros. Pero dependiendo de algunos factores que expongo a continuación, este período puede ser más o menos llevadero:
La situación familiar. Si los padres pueden y/o desean acompañar al niño en la adaptación o si hay otro miembro de la familia que puede y/o quiere hacerlo.
La línea pedagógica de la escuela. Hay escuelas que hacen adaptaciones completas y dejan entrar a los padres en el aula para acompañar a sus hijos durante el tiempo que necesiten. Otras que en cambio limitan el tiempo a unos pocos días o semanas y otras que prefieren que el niño se adapte sin ningún referente como apoyo.
El carácter del hijo. Si es más o menos extrovertido, seguro, sensible, del tipo de apego que haya establecido con sus padres etc.
Todos estos factores pueden influir y debemos ser conscientes de ello.
De hecho, hoy en día la realidad nos demuestra que hay tantas combinaciones de factores como tipos de familias, escuelas y niños. Y por eso, en cualquier caso será necesario individualizar, partir de la situación personal y única de cada niño para poderlo acompañar de la mejor manera posible.
Entonces, dicho esto y teniendo en cuenta también el sentimiento de vulnerabilidad que muchos sienten en este período, hay algo muy importante que podemos hacer para acompañar a los niños de forma respetuosa, poner nuestra atención en SUS NECESIDADES.
Cuando entendemos lo que les pasa y conectamos con sus necesidades les damos a entender que nos importan y es esta conexión la que les dará la fuerza para abrirse al mundo desde su esencia y su poder personal.
Aquí os dejo algunas pautas más específicas:
La escuela debería ser una prolongación de la familia. Dos contextos vinculados con un objetivo común: acompañar a los niños a conectar con lo que es esencial y único en cada uno de ellos y a desarrollar todo su potencial en un ambiente de seguridad, respeto y amor. No tiene porqué haber una ruptura entre ellos o ser espacios casi desconectados todo lo contrario, hemos de trabajar para mantener una buena comunicación y colaboración mutua. Cuando los niños sienten esta vinculación les es más fácil explorar el nuevo entorno con seguridad.
La adaptación requiere de un acompañamiento emocional del adulto. Sin prisas y dejando las expectativas a un lado para poder ver sus necesidades reales. Es importante respetar sus tiempos y validar las emociones que vayan sintiendo, poniéndoles nombre y aceptándolas sin juzgar, menospreciar o castigar. No se pueden desvincular los aprendizajes curriculares de la dimensión emocional.
Tirar de rutinas para que se sientan más seguros.
Reorganizar horarios para que puedan descansar bien.
Programar actividades relajantes por las tardes y con momentos de conexión con los adultos de referencia.
Muchas dosis de comprensión, empatía y confianza.
Tener presente que los niños no siempre nos van a mostrar su malestar llorando. Lo pueden hacer de muchas otras formas, mostrándose irritables, más nerviosos, con rabietas, regresiones, somatizando, con despertares nocturnos etc. y hemos de estar atentos para poder acogerlo.
Como estos momentos también pueden ser difíciles de sostener para los adultos, es importante encontrar momentos de autocuidado. Solamente desde este punto podremos estar centrados y transmitir calma.
Cuando entendemos lo que les pasa y conectamos con sus necesidades, les damos a entender que nos importan y es esta conexión la que les dará la fuerza para abrirse al mundo desde su esencia y su poder personal.
¡Buena adaptación para todos, pequeños y mayores!