
Seguimos en período de adaptación escolar y nuestros hijos en algunos momentos aún se pueden sentir inseguros, frustrados, tristes, cansados o furiosos y nos pueden expresar este malestar con llantos, irritabilidad, gritos, pegando, pidiendo brazos toda la tarde… ¡y es normal!
Por mucho que nos sorprendan estos comportamientos e incluso pasemos vergüenza cuando los tengan, los niños pequeños no tienen suficientes recursos para lidiar con su malestar y menos aún entienden de normas sociales. Ellos expresan lo que sienten y lo hacen como pueden.
Es a través nuestro, los padres y las figuras significativas (educadores, abuelos etc.) que irán aprendiendo a transitar las emociones y para ello es importante que pongamos el foco en la emoción que hay detrás de su comportamiento. Hemos de conectar con lo que están sintiendo para comprenderles de verdad y actuar acorde a ello. Si solamente nos fijamos en el comportamiento, es probable que entremos en dinámicas negativas de castigos, manipulaciones y juicios que nos distanciarán aún más de ellos y acabarán sintiéndose poco sostenidos.
Detrás de muchos comportamientos agresivos hay mucho miedo y tristeza.