
La semana pasada estuve en una escuela acompañando a un niño de P4. Después de estar 1 hora jugando con él, cuando estábamos recogiendo se puso inquieto y me verbalizó que tenía hambre. Aquí os dejo el diálogo que mantuvimos:
Yo: Marc veo que tienes hambre y como aún falta un rato para la merienda, iremos un momento a la salita a ver si queda algo de fruta.
Marc: ¡Vale, vamos a ver!
Yo: Mira, has tenido suerte, puedes coger una mandarina.
Marc: ¿Me la puedo llevar a la clase?
Yo: Mejor que no porque no tenemos suficientes para tus compañeros. Se podrían poner tristes o enfadar.
Marc: ¡Claro! A Pablo le encantan las mandarinas y si me ve querrá la mía. Siempre me las coge.
Yo: ¿A sí? ¿Y esto te gusta?
Marc: No.
Yo: ¿Y entonces qué haces?
Marc: Me enfado.
Yo: Ya…. Puedes decirle que no te gusta que te quiten las cosas de las manos sin pedir permiso.
Marc: Ya lo hago, pero no me hace caso.
Yo: A lo mejor necesita que se lo repitas otra vez.
Marc: Ya lo hago, pero no sirve Montse porque le gustan tanto las mandarinas que cuando le digo que me la tiene que pedir NO PUEDE ESCUCHARME… ¡le gustan demasiado!
¡Así de simple! A los 4 años están en la etapa egocéntrica y sus necesidades y deseos están en el centro. Evidentemente en su centro y no el nuestro. Les cuesta atender algunas de nuestras demandas porque pueden más sus deseos que nuestras palabras. No tienen la intención de pasar de nosotros o provocar o llevar la contraria. Es más simple y somos los adultos que lo complicamos más de lo necesario con nuestros juicios adultocéntricos.
Una vez más, ¡cuánto nos enseña los niños!