
Voy a exponer una misma situación y 2 formas diferentes de reaccionar, a ver cual pensáis que es la real.
Se trata de una conversación que mantuvieron un niño de 9 años que está jugando en el salón y su madre que está en la cocina ordenando.
Hijo: ¿Mami te puedo decir una cosa?
Mamá: Pues claro.
Hijo: Es que no sé que me pasa, pero no quiero estar solo en el salón.
Opción A
Mamá: No me lo puedo creer, pero si ya tienes 9 años. ¿Aún estamos así? ¡Pero si estás jugando! Mira, a tu edad yo no tenía tanto tiempo libre. Tenía que hacer muchos deberes y los hacía sola en mi habitación. ¡Venga a jugar y déjate de tonterías!
Hijo: … la próxima vez no te lo digo….
Opción B
Mamá: Ok, me quedo un rato contigo.
Hijo: No hace falta que juegues conmigo, pero me apetecía estar con alguien.
Mami: Te entiendo, hay días que yo también me siento así. Y me gusta mucho que me digas lo que quieres.
Hijo: Gracias mami.
A menudo los niños son muuuuy claros diciéndonos las cosas, solamente necesitan de unos adultos que les VEAN de verdad y que lo hagan con la cabeza y también con el corazón. Dejando a un lado los quebraderos de cabeza diarios, las expectativas y esas ideas que nos ponen automáticamente a la defensiva y que nos llevan a pensar que los niños nos están tomando el pelo o que necesitan mano dura para crecer.
Todo ello son barreras que nos distancian de los hijos, les dañan y no nos permiten ver lo que de verdad necesitan.
Y, por favor, que no se malinterpreten mis palabras, en ningún momento estoy diciendo que hemos de responder a todas sus demandas, ni mucho menos, hablo de CONEXIÓN. Sí, en mayúsculas (porque el concepto se lo merece). Esa voluntad sincera de ver al otro y que requiere también de conexión con uno mismo, con los propios deseos y necesidades, para poder satisfacer asertivamente las demandas del otro.